El tiempo de la ergonomía
¿Fatiga? ¿Desmotivación? ¿Pérdida de concentración? ¿Disminución del rendimiento y de la satisfacción laboral? Tal vez te sorprenda saber que la aparición de síntomas como estos puede estar relacionada con la ergonomía. Es decir, con la ciencia aplicada que analiza los vínculos entre las personas y el puesto de trabajo que ocupamos.
Ciertamente, y considerando que hoy en día pasamos más de ocho horas de media en nuestro puesto de trabajo — ergo, ante el ordenador y en postura sedente — cuestiones como el reposo de los brazos o la altura de nuestra cabeza, pero también las vibraciones de las máquinas y la iluminación, son capitales para nuestra salud física y emocional. Y, por supuesto, laboral. El Dr. Alan Hedge, Profesor del Departamento de Diseño y Análisis Ambiental de la Universidad de Cornell — y reciente participante en el COVID-19 Ergonomics Summit — valora que “un espacio de trabajo con un correcto diseño ergonómico, incrementará la productividad hasta un 12%”. La cuestión señala la estandarización de los lugares de trabajo, desde los grandes despachos hasta los puestos de teleoperadores, y suscita una pregunta común: ¿están estos puestos hechos a la medida de quienes los ocupan?
Aunque ya en la Grecia del siglo V a.C. encontramos vestigios de herramientas ergonómicas, el estudio profundo de esta disciplina es más bien reciente. La Primera Revolución Industrial introdujo a mediados del siglo XVIII la mecánica a gran escala, planteando la necesidad de adaptar al hombre a un entorno capitalizado por ingenios mecánicos como la máquina de Watt. Las conclusiones fueron, ya lo sabemos, múltiples: demográficas (éxodo rural, migraciones, crecimiento de la población); económicas (las cadenas de montaje impulsaron el capitalismo naciente); sociales (empezamos a hablar de proletariado); ambientales (comienza el deterioro del medio ambiente)… Pero está claro que de muchos de estos factores no se hablará la Segunda Revolución Industrial — cuando, entre 1870 y 1914, lleguen innovaciones energéticas como el gas, el petróleo o la electricidad; de transporte como el avión o el automóvil; de comunicación como el teléfono y la radio, y cuando Frederick Winslow Taylor, que dará nombre al taylorismo, observe que podía aumentar al triple la cantidad de carbón ampliando el tamaño y reduciendo el peso de las palas de carbón — ; incluso hasta bien entrada la Tercera, que arranca durante los últimos años 80 al albur de las nuevas tecnologías.
Vivimos en la Cuarta Revolución Industrial — rubro del que se habla por primera vez en el Foro Económico Mundial de 2016 — , o Industria 4.0. Es el tiempo en que los dispositivos electrónicos, Internet y la tecnología de información y comunicaciones han sido ampliamente abordados y superados; incluso integrados en el cuerpo humano. En su libro “La Cuarta Revolución Industrial”, el profesor Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, describe cómo esta se diferencia fundamentalmente de las tres anteriores, que se caracterizaron principalmente por los avances en tecnología. Estas tecnologías tienen un gran potencial para seguir conectando a miles de millones de personas en la web, mejorar drásticamente la eficiencia de las empresas y organizaciones y ayudar a regenerar el entorno natural a través de una mejor gestión de activos.
Este es el tiempo en que, por primera vez, revisamos de un modo preciso y riguroso la relación con nuestro espacio, buscando más que nunca equilibrio y habitabilidad. La primera revolución industrial sólo se planteó adaptar el hombre a la máquina, debido al alto coste económico de esta y al bajo coste de la mano de obra. Hoy la revisión es seria y profunda, y no solo requiere la adaptación de las máquinas a las personas: conlleva un entendimiento nuevo y profundo del concepto de comodidad y de una mejora de los puestos de trabajo que contribuya a nuestro bienestar, salud y cuidado del medioambiente.
En la ergonomía — y en disciplinas subordinadas a esta como la antropometría, técnica que evalúa el tamaño, las proporciones y la composición del cuerpo humano — reunimos nuestros amplios conocimientos técnicos, para poner dicha técnica a nuestro servicio, y diseñar espacios para realizar nuestra tarea que consideren en primera instancia la vida cotidiana.
<<Quedan atrás los años>>
“Quedan atrás los años” — leemos en el estudio Ergonometría 3. Diseño de puestos de trabajo, editado por la Universitat Politécnica de Catalunya — “en los que se suponía que era la persona quien debía hacer el esfuerzo de adaptarse a un puesto de trabajo que, por su concepción espacial, por sus requerimientos psicofísicos o por su entorno, era origen de molestias, dificultades y lesiones. Actualmente, es el entorno el que debe adaptarse a cada individuo, facilitando así su realización en un trabajo interesante, agradable y confortable, en el que pueda verter sus capacidades”.
Sucede que además ese trabajo — determinada nuestra vida indoor como consecuencia del Covid-19 — , lo hacemos más que nunca en nuestro hogar, creándose a través del teletrabajo una situación que hibrida lo íntimo y lo laboral. ¿No será, pues, aún más importante el estudio ergonómico en el nuestro desempeño? “Desde luego: no podemos ser productivos si estamos doloridos”, dice la Dra. Susan Hallbeck, presidenta de la Sociedad de Ergonomía y Factores Humanos e investigadora de Mayo Clinic — uno de los centros médicos académicos más grandes de los Estados Unidos — en un momento en que cientos de millones de personas se encuentran encorvadas sobre ordenadores portátiles en sofás o camas, encaramados en duras sillas de comedor o reposando brazos y muñecas sobre teclados mal colocados. “Trate su hogar como una oficina”, sentencia la doctora.
Y a su oficina como parte de su hogar, añadiríamos.